La
noche del 23 de octubre de 1621, los pobladores de la ciudad de Nuestra Señora
de los Zacatecas vieron las explosiones de los cohetes que se encendían en toda
la ciudad y con especial interés en las casas del cabildo: entre gritos, júbilo
y humareda, los festejos para jurar por el rey don Felipe IV comenzaban.
Para
las cuatro de la tarde del día siguiente, fecha programada para tal evento en
una cédula real, se habían terminado de adornar las casas que se encontraban
alrededor de la plaza pública. Al mero centro de ésta se levantó un tablado que
tenía una altura de unas dos varas. En ese tablado, que se aderezó con ricas
alfombras y grandes adornos, se pusieron unas banderas con las armas del rey. En
su parte media podía verse un dosel con otras banderas como las mencionadas, y
a toda la extensión del tablado se colocaron una suficiente cantidad de sillas
tapizadas en terciopelo, con clavazones en oro. Ahí mismo, en el tablado, se
pusieron dos bufetes. Uno de ellos contenía tres fuentes, una con la corona
real, la otra con el cetro, y la última con gran cantidad de monedas de plata.
El
evento lo presidieron las más altas autoridades. Encabezaba el corregidor don
Antonio de Figueroa y lo acompañaba el tesorero Juan de Alvarado, el contador Miguel
Bazán de Lazalde, el factor don Francisco de Castro, el alguacil mayor Antonio
León Covarrubias, los regidores Cristóbal Martínez y Juan de Monroy, el
depositario general Pedro
Gómez Guisado, y los alcaldes ordinarios don Diego de Paredes Bribiesca y
Alonso Pérez Namorado. La plaza pública estaba llena de vecinos que salieron a
caballo a acompañarlos.
Como parte
del ritual programado, llegó un alcalde ordinario con algunos de los regidores
a casa del alférez real Don Juan Cortés Tolosa Moctezuma. Iba con gran
acompañamiento y muy ricamente aderezado y armado, con espaldar, pecho y grebas.
Después, con los maceros, tambores y reyes de armas, se apeó en las casas de
Cabildo, con el dicho señor corregidor y capitulares. Dentro de estas casas, en
una sala, estaba un bufete, y sobre él, el real estandarte. Don Antonio de
Figueroa lo tomó en sus manos, y bajo caución juratoria lo entregó a don Juan
Cortés para que hiciera la jura del rey.
Acto
seguido, subieron a su caballo, con rumbo a la plaza pública. Alrededor de ésta
había mucha gente de infantería, que salieron para el efecto, y pertenecían a
las compañías de los capitanes Pedro de Quijas Escalante y Hernando de Orsúchil
Escobar, los cuales salieron muy vistosos de galas y trajes.
Subieron
al tablado el dicho justicia y regimiento y alcaldes ordinarios, y los señores
don Juan de Oñate, Cristóbal de Zaldívar Mendoza, don Vicente de Zaldívar
Mendoza, don Gaspar de Oñate Rivadeneyra y don Juan de Zaldívar, quienes fueron
acomodándose en las sillas en orden de importancia. En ese momento se leyó en
voz de Pedro Alonso Bayo, escribano mayor, la real cédula, en un tono alto, de
manera que se pudiera entender por la mayor parte de la gente que estaban en la
plaza, que era gran cantidad a pie y a
caballo.
El alférez
real se levantó de su asiento, y con el real estandarte en la mano se puso en
una esquina del tablado y lo levantó en alto, luego dijo: _¡Viva el rey don
Felipe IV, rey de Castilla y de las Indias, en cuyo nombre se alza este
estandarte!, y arrojó a puños las monedas. Haciendo ver el evento en su máximo
nivel, las banderas de las compañías fueron abatidas, y se dispararon los
arcabuces, y todos los soldados de infantería respondieron _¡Viva, viva!, como
muestra de ser leales vasallos del rey. El alférez real repitió el mismo acto
en tres lugares diferentes del tablado, a lo que la infantería respondió del
mismo modo, terminando con una escaramuza.
Entre
el bullicio de la gente y los soldados, los que se encontraban en el tablado bajaron,
dirigiéndose a la iglesia parroquial. Cuando estaban en la puerta, salió vestido
con capa el licenciado Diego de Herrera y Arteaga, cura y vicario de ella, y
otros dos sacerdotes vestidos con dalmáticas, y todos los clérigos y religiosos
de las órdenes de señor Santo Domingo, señor San Francisco y señor San Agustín,
y los de Juan de Dios. Después de entrar a la iglesia, cantaron solemnemente el
himno de Tedéum Laudamus y se hicieron otras ceremonias. Al término de éstas,
los que habían llegado a la iglesia parroquial subieron a su caballo, y todos
pasearon por las calles, llevando el real estandarte. La orden de la cédula
real de don Felipe IV se cumplió, y el real estandarte regresó a las casas del
Cabildo, donde se volvió a hacer una escaramuza por los soldados de infantería
con muchos aplausos y regocijo.
Pintoresco... suena muy interesante. Excelente trabajo.
ResponderEliminarHola, ¿cómo estás?, agradezco tu comentario. Y, sí, estoy de acuerdo contigo, es uno de los pasajes de la historia de la ciudad de Zacatecas que más me ha gustado. Puedo imaginar la escena mientras paseo frente a Catedral y Plaza de Armas. Saludos.
ResponderEliminarexcelente trabajo historico para conocer algo más de nuestros origenes. me surgen dos preguntas. una cual es la medida actual de una vara, para saber altura real del templete y en este tiempo ya esta constituida la Cd de Zacatecas, o todavia pertenecia a la provincia de Guadalajara.
ResponderEliminarUna vara equivale a 83.6 cm, respecto de la segunda pregunta, te comento que Zacatecas fue nombrada ciudad por don Felipe II, en Monzón, el 17 de octubre del año de 1585, porque para entonces ya estaba poblada de españoles e indios que trabajaban las ricas minas de oro y plata. Desde entonces tenían que referirse a ella como "Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas". Nuestra ciudad pertenecía a la Provincia de la Nueva Galicia, o Xalisco, de donde Guadalajara era centro administrativo, religioso, etc. Gracias por el comentario. Saludos.
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